Domingo 3 de Julio

Crónicas desde el océano
Quetu
Sun 3 Jul 2022 21:11

Domingo 3 de julio. El teléfono me recordaba que hoy salía mi vuelo hacia Copenhague. Se me estrujaba la panza de pensar que ya me iba de esta isla blanca y que difícilmente volvería. Pensaba en ese recuerdo lejano cuando me acerqué a un barco extraño que acababa de amarrar en el puerto de Punta del Este. -Hola, ¿Podemos conocer el barco?- pregunté en inglés. Un importante francobordo separaba a mi bote del chico en cubierta al que, por suerte, se le daba muy bien esto de hablar. Yo estaba con mis alumnos, y ese día habíamos coordinado una visita con otro barco extranjero. Nos dijo que podíamos ir más tarde, me dio su teléfono y lo agendé como “Alex Ruscabrona” (más tarde me iba a dar cuenta que su apellido era distinto, y que escuché mal cuando dijo el nombre del barco; Rusarc Aurora). 


Cuando visitamos el barco nos enteramos que se trataba de un barco que hacía expediciones y que ese mismo día habían llegado de la Antártida y seguían para Groenlandia. La charla la tuvimos en el salón de la cocina-comedor, mis ojos deslumbrados brillaban ante todo aquello que resplandecía alrededor. Era la primera vez que estaba a bordo de un velero de expedición, pero todo eso que nos contaba resonaba en mi interior, había masticado la idea durante muchos años.


El barco permaneció una semana en el puerto de Punta del Este que frecuentaba a diario. Sentí la curiosidad de volver y seguir preguntado cosas hasta el hartazgo, de esta forma conocí a Paula, una chica Argentina de mi edad que había navegado a Antártida con un barco pequeño y con un belga que recién había conocido. La invité a tomar una cerveza, perfectamente me vi reflejada en aquella aventura. 


Al cabo de unos días de normalizar todo ese mundillo me vi familiarizada con la idea de navegar hasta Groenlandia. Y he aprendido con el tiempo que el único anhelo inalcanzable era viajar a la Luna, todo el resto, con determinación y esfuerzo, lograría realizarlos. 


El avión apoya las ruedas sobre asfalto, los pasajeros aplauden, yo también me aplaudo, lo había logrado. Los momentos en mi cabeza desfilan como una hilera de santos, siento el olor de los peces voladores sobre la cubierta y mi cuerpo se mece con el vaivén del barco, ya me había acostumbrado a poner las manos en las paredes al caminar para no caerme. Atravieso el techo con la mirada y veo el cielo lleno de estrellas y constelaciones, Canópulos, Pollux y Castor, Procyon, las encuentro todas, porque ahora viven en mi. Me abanico con una revista porque el calor del ecuador es sofocante. Preparo un vaso de agua con lima y me siento a charlar con Alex Ruscabrona, que ahora lo llamo Sasha. Nikita juega con Jero a que es su amor y Maico rota uno por uno los huevos de los maples que están en el runduk. Miro al horizonte hipnotizada, termino la bolsa de mango disecado y me pongo la campera, mi avión está por aterrizar en Copenhague.