La blancura de la ballena

Crónicas desde el océano
Quetu
Tue 7 Jun 2022 19:03
50•00.336’N
033•53,295’W
COG- 340
SOG- 7,5
TWS- 23kt
TWA- -75

Me levanté de la guardia de las 15hs con un rico guisante que había preparado Maico y de inmediato procedimos a la maniobra de sacar un rizo, ya que hoy en vez de 32 soplan 20 nudos. Venimos apurados para esquivar un viento fuerte que entra mañana, entonces sin dudarlo y por poco que durase “la calma” había que trabajar. Nos abrigamos porque la temperatura ahora es de unos 8•C y la ola desordenada sigue bañando al cockpit erráticamente. Yo fui al timón, Sasha, Nikita y Jero al mástil donde está el piano. Todavía al cielo lo cubría un manto de nubes y un viento helado acompañado de spray hacía que cada tanto tenga que esconder las manos adentro de la campera. Las olas se elevaban unos tres o cuatro metros, cuando la proa las trepaba parecía que el mundo terminaría ahí mismo, que caeríamos a la nada y le daríamos la razón a Krüger y sus teorías tierraplanistas. Recordé cuando con Lula me asustaba al sentir el pampero escorar en nuestras navegadas en Río Santiago y me sentía orgullosa del largo camino que recorrí arriba de los barcos, y de lo segura que me sentía y de lo mucho que disfrutaba de lo que estaba haciendo.

A lo lejos algunas crestas rompían en un blanco espeso, luciendo esa transparencia de hielo que se fundía en una espuma caprichosa. “Era la blancura de la ballena lo que me horrorizaba por encima de todas las cosas.” Decía Melville, “el oso blanco de los Polos, y el tiburón blanco de los trópicos: ¿qué, sino su blancura suave y en copos, les hace ser esos horrores trascendentales que son?” A lo que agregaría la espuma de rompiente, y las nubes de chubascos. Y sin dudas en unos días me atrevería a decir que la más temible criatura que circula por estas latitudes son los icebergs.

El asunto es que mientras contemplaba fascinada aquel paisaje inhóspito, un grupo de gaviotas andaba de reunión flotando sobre el agua, bajaban y subían con cada ola. Me sentí tan acompañada, tan aprobada de estar ahí, que sentí una empatía infinita hacia estos animales. Resulta que hay más aves circulando cerca de los polos que en el mismísimo ecuador.

La tarde culminó con un sol alentador que todavía abriga, que vino a reanimar la lúgubre sensación de soledad y me acarició la piel a través de la ropa. Los ánimos vuelven a ser buenos, y a pesar de que el agua ya empezó a vencer el burlete de las escotillas, los radiadores se disponen a secar todo rastro de humedad en el interior del barco.

Eso es todo por hoy! Es casi nada y es un montón. Nos encontramos mañana 💫