31 días a bordo

Crónicas desde el océano
Quetu
Tue 17 May 2022 21:24
En las grandes acciones, la gente se fija con preferencia, por una especie de comodidad óptica, en los momentos dramáticos o pintorescos de sus héroes: César al pasar el Rubicón; Bonaparte, en el puente de Arcole. Quedan en la sombra los años, no menos creadores, de la preparación; la gradación espiritual, paciente, organizadora, de un hecho relevante.

Pero a veces la preparación se inicia en el nacimiento. Como si el hombre solitario supiera que ha nacido bajo una constelación que no le permite creer en los azares venturosos, ni una sola vez confía a la casualidad la elección entre los muchos caminos, como quien echa una moneda a cara o seca; siempre busca todos los caminos para hallar el verdadero, el único, y así, triunfan a la vez su genial imaginación y la más sombría y la más suya de las virtudes: la heroica perseverancia.

Cuántas veces arribé a aquellas playas con mi fantasía desde cualquier rumbo; cuántas exploré aquellos territorios, mil veces subí hasta la cima del Catalejo y desde ella gocé los más fantásticos y asombrosos panoramas. Aunque muchas veces sentí los llamados de la razón y el buen juicio para que regresara a casa, no tuve la fuerza de voluntad para hacerlo. Es tan grande mi afán por ver el mundo que no podría emprender otra actividad con la determinación necesaria para llevarla a cabo.

Pero el más íntimo peligro de un hombre está en su propio genio.

El espíritu humano es muy proclive a las grandiosas concepciones de seres sobrenaturales. Y el mar es precisamente su mejor vehículo. Siempre la misma nada azul inmensa en torno de los barcos insignificantes, únicos objetos que se mueven en medio de la horrible inmovilidad; y siempre la misma luz cruda del día para ver continuamente lo único, lo mismo; y, por la noche, las mismas estrellas de siempre, frías y calladas, hinchadas de tanta noche, a las que se interroga en vano. Siempre los mismos objetos en el escaso espacio poblado del barco; las mismas velas, el mismo mástil, la misma cubierta, las mismas mesas, las mismas caras... De vez en cuando el oscuro océano resplandece fugazmente bajo un rayo de luna entre dos nubes. Luego, el rayo de luz se desvanece de nuevo en las tinieblas.

Es el inmenso desierto en el que el hombre no está nunca solo, sino que siente estremecerse la vida en torno suyo. Su propia vida. El mar es el vehículo de una sobrenatural y prodigiosa existencia; es movimiento; como si el océano estuviera haciendo el amor con alguna cosa. Es el infinito viviente, como ha dicho uno de sus poetas.




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