Snack for beer

Crónicas desde el océano
Quetu
Sun 15 May 2022 23:00

Domingo 15 de mayo 2022

26•53.610’N
034•35.392’W
COG- 020
SOG- 8,5
TWA/ -125 (amurados a babor)
TWS- 18kt
•Full sails

Hace un mes que avanza al lado mío, como una metáfora de la vida, el horizonte. El mismo que contemplaba largas horas sentada en los médanos de Mar Chiquita mientras me estrechaba con la vista, hasta casi tocarlo con la punta de mi nariz. El que me hizo soñar y preguntarme qué había del otro lado desde que tengo cinco años. Aquel horizonte que, una tarde con arcoíris, me mostró su caminito de colores. Me acompaña representando una línea de tiempo, y es la misma línea de sucesos que me depositó en este instante de felicidad infinita, de júbilo. En donde el redundante concepto de los sueños y los deseos se vuelve tangible hasta casi poder tocarlo con la punta de los dedos.

Y parte de ese sueño era vivir todas las historias que formaban parte, hasta ahora, de mis fantasías, de experiencias ajenas que leía en decenas de libros. Ahora son mías.

Quería saber cómo era eso de que todas las mañanas se podrían recolectar de la cubierta los peces voladores -porque el pobre animal de noche no distingue si hay un barco en medio del camino-. Un día se me dio por abrir la puerta de la sala de máquinas y los vi colgados como una hilera de santos. Le pregunté a Sasha qué hacían ahí los peces muertos y me dijo que los había dejado unos días en sal gruesa, y ahora los estaba secando porque que eran “Un muy buen snack para la cerveza”. No quiero dejar de mencionar que naturalmente sentí cierto rechazo al proceso, pero luego de haber comprobado que lo comestible no tenía contacto con el exterior -ya que hay que sacarles la piel antes de comerlos-, me sentía más a gusto.

Me resonaba un párrafo de Tabarly; “Siento pena por aquellos que no pueden disfrutar de las generosidades de la naturaleza.” Entonces me animé a probarlos. Eran exquisitos, y me entusiasmé con la idea de poder llevar de regalo a casa algunos peces voladores disecados, con la intención de poder cerrarlos al vacío antes de ingresar en algún aeropuerto. La idea se me ocurrió tarde ya que hace 26 grados de latitud (o 1600mn) que pasamos el Ecuador, donde abundan estas maravillas, pero encontré una nueva motivación para levantarme todas las mañanas y dar un paseo por la cubierta. Entonces familia, prepárense para una delicatessen fabricada a mano en el mismísimo Océano Atlántico!







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