Crónicas desde el océano
Quetu
Tue 10 May 2022 13:37
El barco en éxtasis avanza indolentemente; soplan los perezosos vientos alisios; todo le inclina a uno a la languidez. Casi siempre, en esta vida en el trópico, a uno le envuelve una sublime ausencia de acontecimientos: no se oyen noticias, no se leen periódicos, no hay números especiales con informes sobresaltadores sobre vulgaridades que le engañen a uno excitándole sin necesidad; no se escucha hablar de aflicciones domésticas, fianzas de quiebra, caídas de valores; nunca preocupa la idea de qué habrá de comer, porque todas las comidas, para tres años y más, están confortablemente estibadas en, y la minuta es inmutable.

En cambio este distraído joven está adormecido en tal desatención drogada de ensueño vacío e inconsciente, por la cadencia mezclada de las olas y los pensamientos, que finalmente pierde su identidad; toma el místico océano a sus pies por la imagen visible de esa profunda alma azul y sin fondo que penetra la humanidad y la naturaleza; y cualquier cosa extraña, medio vista, elusiva, y hermosa, que se le escapa, cualquier aleta que asoma, confusamente percibida, de alguna forma indiscernible, le parece la encarnación de esos elusivos pensamientos que sólo pueblan el alma volando continuamente a través de ella. En este encantado estado de ánimo, tu espíritu refluye al lugar de donde vino, se difunde a través del tiempo y el espacio, como las dispersas cenizas panteístas de Cranmer, formando al menos una parte de todas las orillas en torno al globo. No hay vida en ti, ahora, salvo esa vida mecida que te comunica un barco que se balancea suavemente, y que él toma prestado del mar, y el mar, de las inescrutables mareas de Dios. Pero mientras está en vos este sueño, este ensueño, mueve una pulgada el pie o la mano, dejalo resbalar un poco, y tu identidad regresa horrorizada.



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